miércoles, 8 de agosto de 2018


Entre tinieblas

por Candela López Lamanuzzi


Llegó la hora de volver a casa.
El día en el trabajo se me había hecho especialmente largo, en parte porque hubo poco movimiento y fundamentalmente porque la noche anterior me desvelé terminando de leer un cuento de Edgar Allan Poe.
Todo el día había estado pensando en ese cuento y sentía una extraña mezcla de somnolencia con la presencia de sus personajes.
Ya se había terminado el día laboral y sólo me restaba caminar hasta la parada del colectivo, a unas siete cuadras, y llegar a casa para comer algo, darme un baño y dormir hasta el otro día.
Al salir me encontré con un día gris, neblinoso. Una fina llovizna otoñal humedecía las veredas. Pese a ser las 19 hs. el día se había oscurecido totalmente. En ese momento pensé que disfrutaría mucho más la llegada a mi casa.
Al llegar a la parada noté que la luz del farol era tenue, casi inexistente.
Mis deseos de que el colectivo llegara rápidamente iban creciendo al compás del silencio de esa calle tan solitaria.
De pronto, a lo lejos, pude vislumbrar una figura borrosa que se aproximaba. Recuerdo que me llamó la atención su andar tambaleante y me preocupó pensar que tal vez se trataba de una persona ebria, lo que aumentó mi inseguridad.
Nunca había sentido tanta incertidumbre. Y no había rastros del maldito colectivo. Mientras la figura más se acercaba mi temor más se incrementaba.
Al llegar junto a mí, vi claramente que esa silueta, que había surgido de la niebla, era un enorme mono. Automáticamente me cubrí el rostro con los brazos y me sobrecogí con mi propio alarido. En simultáneo, el mono también gritó y de un saltó fue a parar al medio de la calle aún desierta.
Al abrir los ojos comprobé que en realidad se trataba de un anciano que me miraba sorprendido y asustado, preguntándome qué había pasado.
Sentí mucha vergüenza y pensé que quizás ese anciano creyera que la ebria era yo. Me disculpé como pude, y afortunadamente llegó el colectivo.
Llegué a casa, todavía un poco alterada y al dejar mi mochila sobre la cama, vi sobre la mesita de luz el libro de Poe que tanto me había sugestionado. Lo tomé y lo escondí en lo más profundo de mi placard.

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