miércoles, 26 de septiembre de 2018

Festival de les estudiantes

Fue el jueves 20 a la tarde cuando jóvenes artistas de la Walsh se lucieron compartiendo su talento con toda la comunidad educativa... Compartimos parte de la fiesta:


Cobertura del evento: Milagros Gómez

jueves, 13 de septiembre de 2018

Espacio de Acción y Reflexión: Violencia Institucional


Ni la paloma
por Belén Acuña

Viernes a la tarde, salí de la escuela y fui a la plaza, Maxi me había dicho que encontró una changa en la casa de unos viejos podando una enredadera, que esperara ahí bien peinado que él me pasaba a buscar para ir juntos. Me senté en el único pedazo de banco que no estaba cagado por las palomas y saqué el sánguche de salame que me había preparado la vieja antes de irse al taller, tenía dos fetas de salame en vez de una como siempre. Me alegré e imaginé a la vieja preparándolo con sus manos gastadas de tanto coser, con la sonrisa en la cara cansada, pensando en mí y en Maxi, poniendo una feta para cada uno. Qué buena la vieja. Comí hasta la mitad y lo guardé otra vez en un bolsillo. Pasaron los pibes con la bocha, iban al descampado a jugar un picadito, me invitaron pero tenía que ganarme unos pesos, no podía pensar en el fútbol justo ahora. El viento en la cara, el grito del gol, todos cagados de risa. Pipi al arco, Maura de 5, Peluche por izquierda, Chiquito en el centro, y yo por el otro costado y los del barrio de al lado, enfrente, con la bronca en la jeta de que siempre les ganáramos. Pero no. Seguro enseguida llegaba Maxi. El sol calentaba pero el fresco se sentía en los huesos, como si el frío de toda la vida se hubiera acumulado y ya no hubiera abrigo que lograse hacer la diferencia. Pensé en el peinado pero igual me puse la capucha, los viejos no ven bien, no se iban a fijar. Me levanté y di una vuelta a la plaza a ver si lo veía con la remera de boca y la cicatriz al ladito de la ceja de la vez que se cagó a palos con los forros que venían a venderle mierda a los pibes y quedaban todos quemados, con el pecho ardiendo, tirados por cualquier lado. Maxi nos cuidaba. Era como el hermano mayor de toda la cuadra. Y eso que éramos un montón. Volví al banco sin suerte. Una paloma malparida me cagó un hombro. Miré para arriba y la putié. Pájaro ignorante, no me entendió nada y siguió ahí, quieto y sin pasarme cabida. Busqué en los bolsillos a ver qué podía usar para limpiarme. Nada. Me acordé del kiosco al otro lado de la plaza. Caminé bordeando la fila de árboles raquíticos que el gobierno de la provincia había mandado a plantar, como si eso solucionara algo, como si la gente tuviera menos hambre con ese manojo de ramas mal paradas en el medio del barrio. Un rati se paseaba por entre ellos, como custodiándolos, como temiendo que alguien fuera a hacerle algo a los árboles. Seguro ese gato había salido de un barrio como este, con una vida como la mía, pero claro, venderse a la yuta es más fácil que subirse a una escalera destartalada a cortar enredaderas un día, vender medias en el tren otro, limpiarle los autos a los garcas del otro lado de la avenida y así al infinito. Y ahora estaba ahí, custodiando árboles. Lo miré como se mira a quien ha traicionado. Él me miró como se mira a la caca de perro en la vereda para no pisarla. Caminé más rápido no fuera cosa que me pidiese el documento que me lo había dejado en casa. Llegué al otro lado de la plaza y el kiosco estaba cerrado. Seguro don Tito andaba enfermo otra vez y yo con la cagada de paloma en el hombro y en cualquier momento llegaba Maxi y tenía que estar presentable para los viejos y su enredadera. ¡Pero, claro! ¡Mirta! Mirta siempre estaba en la casa a esa hora, seguro tenía algo, además era para el lado del banco y me podía fijar si el flaco había llegado. Volví a cruzar la plaza, los árboles, y el cana que está vez me siguió de cerca. Me hice el boludo y seguí hasta lo de Mirta, bordeé el barro como pude y pasé las dos hamacas muertas que en algún momento habían podido usarse pero que ni yo lo recordaba. Miré el banco, estaba vacío, ni la paloma estaba. Me agaché a atarme los cordones, el rati se venía cada vez más cerca. Me dio un poco de miedo. Me levanté. El rati caminó más rápido, no me sacaba los ojos de encima. Apreté el paso. El rati corrió. "Ey, alto ahí". El banco estaba vacío y lo de Mirta al otro lado de la calle, estaba solo, había que llegar. Corrí yo también, a lo de Mirta, a donde sea, yuta con arma, yo sin documento, era fija que me llevaba, solo me quedaba ser más rápido y que Mirta le mintiera que era mi vieja, que le batiera la posta de que yo no hacía nada, que esperaba a Maxi para irnos a hacer una changa. A mí no me iba a creer, los ratis nunca creen en los pibes, como si hubieran nacido policías de un repollo, sin infancia ni hermanos, ni plaza ni nada. Miré para atrás y eso fue lo último. Primero nada. Todo borroso y la caída al piso, al charco de agua podrida entre el barro de la calle. Mucho más frío que nunca. Y la capucha... Y la capucha no ayudaba... Eso había sido ¿no? Rati traidor, ¿por una capucha? Cagón. El dolor insoportable en el pecho y todo mojado. Los oídos me zumbaron y vi cómo el cana se alejaba hasta la esquina con el handi en la mano chamuyando algo. De espaldas a mí, de espaldas al barrio. Me costaba respirar y el grito no me salía, quería pedir ayuda, que saliera Mirta a la puerta, que viniera mi vieja a consolarme, que llegaran los pibes, que viniera alguien, pero ni la paloma, y yo me seguía hundiendo en el charco. Pensé en el sánguche en el bolsillo mojándose, pero ya no sentía hambre, ya no sentía nada. No sé si lloré, los ojos se me escapaban en la oscuridad de a ratos. Y el pecho que dolía atemporal, como cuando se mete un gol o nace un hermano, los minutos no pasaron. No pasaron. Pensé en los viejos que nos estarían esperando, y yo ahí caído en el charco, sin tiempo, sin pecho, sin hambre, sin nada. Miré el cielo y deseé el descampado, me pesó la cabeza y la giré a un costado, vi al rati en la esquina, una camioneta se lo llevaba y me dejaba ahí tirado, supe que estaba solo, ni la paloma que me había cagado. Me pesaron los ojos y quise cerrarlos, lo último que vi fue el reflejo de Maxi llegando, sorprendido, asustado, con la cara llena de bronca como los del otro barrio, con las lágrimas en los ojos, con la camiseta de boca, la cicatriz, repitiendo mi nombre que se deformaba en el charco que ya no pudría solo el agua sino que se teñía de rojo y a mí me comía el barro.
                                                                                                                                                            29/6

lunes, 10 de septiembre de 2018


Ilustraciones de Pablo Chamber





Día del maestro, Día del bibliotecario, Día del profesor, Día del preceptor

Esta semana se festejan: 

  •  11/9 ,DÍA DEL MAESTRO en el aniversario de la muerte de Domingo Faustino Sarmiento;
  •  13/9, DÍA DEL BIBLIOTECARIO  en conmemoración de la creación de la Biblioteca Pública de Buenos Aires (hoy Biblioteca Nacional), creada por un decreto de la Primera Junta el 13 de septiembre de 1810.
  • 17/9 DÍA DEL PROFESOR por el aniversario del fallecimiento de José Manuel Estrada, un exponente de la docencia secundaria y universitaria.
  • 19/9 DÍA DEL PRECEPTOR desde el 6 de octubre de 2009 reconocido como un cargo fundamental en cuanto a su función pedagógica.


miércoles, 5 de septiembre de 2018

De ficción y de trabajo

Los chiques de quinto año compartieron entrevistas compilando anécdotas sobre diferentes experiencias laborales y luego las ficcionalizaron. He aquí algunos relatos:


Recuerdo subterráneo  
por Leandro Spinardi

Cuando comencé a trabajar de maestra tenía que tomar el subte para ir y volver.
Una vez, de noche, estaba volviendo y, a pesar de que no era muy tarde, no había nadie en el vagón más que un señor viejo dormido.
En un momento el señor se despertó, y, con un tono entre preocupado y exaltado empezó a preguntar por una tal María, pensé que estaba borracho, me asusté, quería bajar en la siguiente estación y tomar otro subte pero en eso las luces del vagón empezaron a fallar, se prendían y apagaban cual focos de Navidad, y cuando me di la vuelta el señor había dejado de hablar, estaba parado mirándome fijamente. Asustada, traté de ignorarlo, pero en eso se acercó y me empezó a preguntar qué había hecho con María. Le dije que no sabía de quién hablaba, que no conocía a ninguna María, y me alejé de él. Se apagaron de nuevo las luces y, al prenderse, el señor había desaparecido, me quedé en shock. Pero antes de que me diera la vuelta ya había llegado a la estación, me bajé y caminé hasta mi casa muy nerviosa.
Al día siguiente vi en las noticias que un hombre apareció muerto en la misma estación en la cual su esposa, llamada María, había fallecido hace algunos años.


El esfuerzo de mi abuelo
por Micaela Servín

Una tarde, no tan igual a todas, el abuelo Tomás se quedó sin trabajo, se sentía un poco preocupado porque era quien llevaba dinero a la casa, y estaba a cargo de todos sus nietos.
Muy rápidamente dijo, “sea como sea mis nietos van a comer, voy a empezar a vender pan casero”. Así fue como comenzó un día a levantarse a las tres de la mañana y a sus nietos los despertaba a las seis para que lo acompañaran a vender en la puerta de una fábrica. Ellos con mucha fatiga se levantaban pero jamás se negaron a seguir a su abuelo. 
Vendían y vendían, y al regresar a casa lo hacían con las manos vacías, todos muy contentos al ver que generaban dinero para almorzar al mediodía todos juntos. Llegaba la hora de la tarde y la abuela Martina hacía rosquitas para vender junto al pan del abuelo Tomás, así tenían más plata para la cena.
Esto era todos los días hasta que llegó el día en el que al abuelo le llegó su primer sueldo de jubilación y ahí fue cuando dejaron de vender pan. Pero siguieron con las rosquitas.
Y, sí, a pesar de la dificultad y de las adversidades salieron a adelante todos juntos, es que cuando hay unión familiar con amor, esfuerzo y perseverancia, todo se puede superar.

lunes, 3 de septiembre de 2018

VELORIO / Pablo Chamber


A partir de hoy sumamos al blog ilustraciones de nuestros estudiantes.