miércoles, 5 de septiembre de 2018

De ficción y de trabajo

Los chiques de quinto año compartieron entrevistas compilando anécdotas sobre diferentes experiencias laborales y luego las ficcionalizaron. He aquí algunos relatos:


Recuerdo subterráneo  
por Leandro Spinardi

Cuando comencé a trabajar de maestra tenía que tomar el subte para ir y volver.
Una vez, de noche, estaba volviendo y, a pesar de que no era muy tarde, no había nadie en el vagón más que un señor viejo dormido.
En un momento el señor se despertó, y, con un tono entre preocupado y exaltado empezó a preguntar por una tal María, pensé que estaba borracho, me asusté, quería bajar en la siguiente estación y tomar otro subte pero en eso las luces del vagón empezaron a fallar, se prendían y apagaban cual focos de Navidad, y cuando me di la vuelta el señor había dejado de hablar, estaba parado mirándome fijamente. Asustada, traté de ignorarlo, pero en eso se acercó y me empezó a preguntar qué había hecho con María. Le dije que no sabía de quién hablaba, que no conocía a ninguna María, y me alejé de él. Se apagaron de nuevo las luces y, al prenderse, el señor había desaparecido, me quedé en shock. Pero antes de que me diera la vuelta ya había llegado a la estación, me bajé y caminé hasta mi casa muy nerviosa.
Al día siguiente vi en las noticias que un hombre apareció muerto en la misma estación en la cual su esposa, llamada María, había fallecido hace algunos años.


El esfuerzo de mi abuelo
por Micaela Servín

Una tarde, no tan igual a todas, el abuelo Tomás se quedó sin trabajo, se sentía un poco preocupado porque era quien llevaba dinero a la casa, y estaba a cargo de todos sus nietos.
Muy rápidamente dijo, “sea como sea mis nietos van a comer, voy a empezar a vender pan casero”. Así fue como comenzó un día a levantarse a las tres de la mañana y a sus nietos los despertaba a las seis para que lo acompañaran a vender en la puerta de una fábrica. Ellos con mucha fatiga se levantaban pero jamás se negaron a seguir a su abuelo. 
Vendían y vendían, y al regresar a casa lo hacían con las manos vacías, todos muy contentos al ver que generaban dinero para almorzar al mediodía todos juntos. Llegaba la hora de la tarde y la abuela Martina hacía rosquitas para vender junto al pan del abuelo Tomás, así tenían más plata para la cena.
Esto era todos los días hasta que llegó el día en el que al abuelo le llegó su primer sueldo de jubilación y ahí fue cuando dejaron de vender pan. Pero siguieron con las rosquitas.
Y, sí, a pesar de la dificultad y de las adversidades salieron a adelante todos juntos, es que cuando hay unión familiar con amor, esfuerzo y perseverancia, todo se puede superar.

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